lunes, 16 de mayo de 2011

Los especialistas consideran que morderse las uñas es un recurso para reducir la ansiedad, la inseguridad, depresión....

Muchas personas se muerden las uñas. Se calcula que la onicofagia, el nombre que denomina este hábito, afecta a un 45% de los niños y a un 10% de los adultos. Más allá de los efectos estéticos que provoca, los especialistas coinciden en que este acto, casi involuntario, es un síntoma de ansiedad, inseguridad, depresión o angustia. Acostumbra a solucionarse con el paso de los años y se recomienda no preocuparse más de la cuenta. Pautas sencillas, destinadas a eliminar el hábito de forma progresiva y sin traumas, son mucho más efectivas que las prohibiciones o el hecho de convertir la costumbre en un problema grave.
Un estudio publicado recientemente en "Biomed Central" asegura que los niños que se muerden las uñas tienen más posibilidades de reducir las habilidades sociales que quienes no sufren onicofagia. Esta condición, que afecta a un 45% de los niños y a un 10% de los adultos (una de las más frecuentes), se trata como un trastorno nervioso. Los expertos señalan que es una forma de limitar la ansiedad, una práctica que se convierte en una distracción fácil y relajante que disuade por momentos el factor desencadenante.

Con el tiempo, esta costumbre se convierte en un acto reflejo inconsciente y automático, por lo que cada vez resulta más difícil dejarlo, sobre todo, ante situaciones de estrés, nerviosismo, angustia o insatisfacción personal. Afecta por igual a ambos géneros y, aunque no es grave, se considera un problema médico sin resolver. Se desarrolla entre los 4 y los 6 años de edad. Su tasa aumenta conforme se acerca la adolescencia, con un pico entre los 10 y 11 años. A partir de esta edad la frecuencia disminuye, sobre todo, entre las chicas.

En general, el hábito se abandona por propio deseo o porque los amigos del afectado se dan cuenta y les avergüenza enseñar unas uñas mal cuidadas. Se cree que el motivo de esta diferencia entre chicos y chicas en estas edades es estético. Ellas empiezan a preocuparse por la belleza de sus manos y, por tanto, son las primeras que piden ayuda para resolver esta costumbre, hacia los 13 años.

Afección de la salud general
No obstante, más allá de ser un problema estético, la onicofagia puede afectar a la salud y tener consecuencias en otras partes del organismo. En las propias uñas, el continuo mordisqueo causa un mal crecimiento de las mismas. Se crean microtraumatismos que alteran la anatomía del lecho ungueal, la parte que está por debajo de las uñas. También se ocasionan pequeñas heridas alrededor de ellas, que provocan inflamación y dolor en el dedo. Se forman repelones y verrugas periungueales. También se puede ver afectado, incluso, el día a día de los niños, con dificultad para realizar movimientos que requieren un largo mínimo de uña, como recoger una moneda del suelo o separar cinta adhesiva.

La onicofagia puede provocar alteraciones en los dientes. El repiqueteo constante de un incisivo contra el otro (inferior y superior) hace que se desgasten y que las piezas dentales queden como recortadas. Los investigadores del trabajo reciente añaden otras modificaciones como: mala oclusión de los dientes anteriores, infecciones parasitarias intestinales, bacterias, virus, hongos o cándidas en la uña que, en muchos casos, se trasladan a la mucosa oral, o destrucción alveolar. Por otra parte, cerca de una cuarta parte de los pacientes con dolor en las articulaciones temporomandibulares se muerden las uñas, por lo que varios estudios han relacionado ambas afecciones.

Tratar la onicofagia no es fácil. Muchos progenitores intentan solucionar el problema con castigos, someten a los niños a presión y les reprenden cada vez que se las muerden. No obstante, estos intentos a menudo no son eficaces. Debido a que es un problema con origen en el sistema nervioso, darle demasiada importancia puede provocar el efecto contrario y crear un círculo vicioso de difícil salida. Los expertos recomiendan diversas acciones que ayudan a abandonarlo de forma progresiva y pausada. Con frecuencia, se soluciona con el paso del tiempo y con mucha voluntad, sin necesidad de ninguna intervención específica.

Una de las primeras recomendaciones es lograr que el niño comprenda el problema. Se le puede explicar que, en ocasiones, las personas se muerden las uñas cuando están muy preocupadas, molestas o nerviosas. Se intentan detectar los momentos más susceptibles, como durante la visita de personas ajenas, cuando conoce a alguien nuevo o cuando le cuesta entender algo, entre otras. Hacerle consciente de estos momentos puede ayudarle a controlar mejor las tensiones que experimenta.

También se puede hacer algún tipo de pacto, por el que se dará una recompensa si el niño deja de mordérselas durante, al menos, una temporada. Resulta útil el uso de sustitutos en momentos clave, incitadores a la onicofagia, como comer un chicle sin azúcar o masticar una zanahoria. Mantener las manos ocupadas con otros objetos en momentos de tensión es efectivo. Si el niño aprende técnicas de relajación podrá controlar esa tensión, un aspecto básico para el cese de la costumbre. Por último, siempre con el consentimiento del afectado, se puede poner alguna sustancia amarga que ayude a disuadirle de llevarse las manos a la boca.

La Sociedad Española para el Estudio del Estrés y la Ansiedad (SEAS) recomienda a los pacientes evitar el consumo de alcohol y café, además de practicar técnicas de relajación como el yoga, que ayudan a reducir el estrés. Si el hábito persiste, es necesario recurrir a la terapia psicológica. Cuando el niño se las muerda con agresividad, tanto que acabe por romperlas y provoque sangrado, es necesario consultar con el médico. También cuando están azuladas, deformadas, torcidas o pálidas, con crestas horizontal o líneas blancas, o sean blancas por debajo de la uña, ya que estas señales pueden ser indicativas de una enfermedad subyacente.

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